Lo más importante para el hombre es amar a Dios

Que todas nuestras obras comiencen por Él y por Él terminen

Por: Pbro.Jorge Dueñas-Vicario Parroquia Inmaculada Concepción

Queridos hermanos vivir para Dios es una de las obligaciones de todos los bautizados, Jesús mismo nos recuerda que lo más importante para el hombre es amar a Dios y, por tanto, debe poner en ello lo mejor de sí mismo. Tal vez debamos preguntarnos nosotros si buscamos amar a Dios con toda la fuerza de nuestra vida. Muy posiblemente tendremos esa intención si somos cristianos. Aunque también puede suceder que, con esa intención, el deseo de amar a Dios sea pocas veces manifestado de corazón y se note en nuestra conducta menos de lo que el Señor se merece. Resulta muy expresiva, por esto, la fórmula deuteronómica del primer mandamiento que conocían de memoria todos los habitantes de Palestina: … con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Dios no se merece menos del fervor del hombre.

Consientes, por otra parte, de que no podemos corresponder en justicia, pues somos criaturas frente a al Creador, intentaremos, como dice el primer mandamiento, poner lo mejor de nosotros mismos para honrar a Dios.

Es muy importante, en todo caso, proponerse expresamente amar a Dios como fin de la vida. Desear “que todas nuestras obras comiencen por El y por El terminen”. 

Luego, es necesario concretar; habrá que proponerse en cada caso aquella perfección que el Señor espera en nuestros quehaceres; intentando “con todo el corazón con toda el alma con toda la mente y con todas las fuerzas” que los talentos, muchos o pocos, recibidos de Dios rindan todo lo posible. La vida del hombre en este mundo, contemplada a la luz del primer mandamiento, no es sino una permanente oportunidad de amar a Dios.

Nuestro Señor, que conoce nuestros talentos: la capacidad de cada uno, su carácter y sus limitaciones, pues somos hechura suya; sólo espera que hagamos lo posible por amarle. Decía santa Teresa que Dios no tiene necesidad de nuestras obras, sino de nuestro amor. En cada circunstancia de nuestra vida tenemos una ocasión. Tenemos a Dios muy cerca, al alcance de nuestro pensamiento, en este mes de Noviembre vemos ese deseo en todos los Santos y con esa certeza pedimos una buena muerte y por nuestros hermanos difuntos. 

Aprendamos que  podemos –¡debemos!– dirigirnos a Dios de continuo, siempre con palabras, como los niños se dirigen su padre: les piden, quizá casi siempre le piden; les manifiestan cariño, con toda confianza, con ternura; les piden perdón, arrepentidos, posiblemente llorando, por su torpeza, porque no hicieron caso…, por su tozudez. Sin embargo, siempre acaban felices y orgullosos de su padre, porque saben que siempre lo tienen de su parte, Dios está con nosotros.

Unámonos en una misma Oración pidiendo: ¡Concédeme, Dios mío, verte esperando mi vida; esta vida de hoy con sus ventajas y sus inconvenientes para unos ojos humanos, pero muy interesante de todas formas porque en todo caso puede ser para Ti!

Junto con Nuestra Madre del Cielo alabemos a Dios porque hizo en nosotros cosas grandes, por eso nada en nuestra vida nos apartara de El.